Optimismo y pesimismo son dos formas de ver una misma realidad o situación y depende de cada uno el adoptar un punto de vista u otro. A través de este ensayo quiero destacar las ventajas de adoptar una actitud optimista ante esas situaciones que la vida nos presenta. Y me refiero al verdadero optimismo, no a la frivolidad y el pasotismo de aquellas personas que solamente sonríen para no asumir la realidad, que van por la vida con expresiones del tipo “tranquilos, no pasa nada”o “todo está bien”.
Para explicar esta reflexión me gustaría recurrir al análisis de la postura opuesta: la persona pesimista. ¿Quién no recuerda las famosas leyes de Murphy que aseguran que la tostada caerá siempre por el lado de la mantequilla, que si algo puede salir mal, saldrá mal, o que la mayor parte del examen de esa asignatura tan difícil tratará sobre la clase que te saltaste, el único tema que no estudiaste y sobre el libro que no leíste?
Estas leyes son, tan sólo, una forma de caricaturizar esta postura, pero la realidad no es muy distinta. Vivimos en una sociedad que fomenta la idea de pesimismo. Basta con ver las noticias: "crece la tasa de paro", "la crisis económica se prolongará varios años", "crecen los recortes de presupuestos económicos"...Parece que solo nos centramos en lo malo, ignorando todas las buenas noticias que ocurren también pero que parece que no interesan. Además, existe un factor biológico que indica que nuestro cerebro está mejor preparado para detectar lo negativo que lo positivo.
Como dice la psicóloga Maria Jesús Álava en su libro Recuperar la ilusión, "El optimismo es contagioso, pero lo es todavía más el pesimismo. Los pesimistas, además de vivir una media de ocho años menos, viven peor y hacen vivir fatal a los que tienen alrededor".
Todos padecemos ese tipo de personajes que amargan el viaje en el ascensor o en las sobremesas, esos vampiros emocionales que merman nuestra energía, nuestro esfuerzo, al recordarnos lo mal que está todo. Si les prestamos atención, acabaremos viendo la realidad como ellos.
¿Qué tenemos entonces: un vaso medio lleno o medio vacío? El pesimista pensará que falta poco para terminarlo, pues sólo queda la mitad. El optimista ve que falta poco para que esté lleno. Podemos, entonces, vivir quejándonos, cruzarnos de brazos, buscar culpables, adoptar un irreal y vacío discurso optimista o esperar que alguien o algo lo arregle.
Pero, ¿qué ganamos describiendo el agua cuando corremos el riesgo de ahogarnos? El vaso podemos verlo medio lleno o medio vacío, pero desde luego hay un solo vaso y contiene la mitad. Por tanto, lo que podemos y debemos hacer es llenar el vaso. Eso no significa ser un pesimista ni un optimista irresponsable. Eso es ser realista. Es buscar soluciones para los problemas que la tienen, así como aprender a no preocuparnos por aquellos que no. Es ser capaz de proyectarnos en el futuro a pesar de estar viviendo un presente complicado.
En definitiva, podemos decir que donde hay vida hay camino, y donde hay camino hay obstáculos en forma de problemas, crisis y dificultades; pero todos ellos conllevan un aprendizaje. Es nuestro deber superar estas adversidades para salir adelante, avanzar y, lo más importante, crecer como personas.
- Álava Reyes M.J., Recuperar la ilusión. (2011) Editoral la esfera
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